La cocina de Javier Sánchez sigue en forma y eventos como las fiestas de San Isidro explican el porqué: una cocina apegada a la demanda actual, que apuesta sin complejos por el público local y con una materia prima y cocinado que se olvida de la frenética rotación para centrarse en el disfrute de cada comensal que atraviese su puerta o se siente en su terraza. Calor para el viajero y satisfacción para el buche, como las mejores posadas.
Y como aquéllas ésta permite disfrutar a los pies de la
calle del Nuncio o bien dentro en un ambiente tabernero con nuestra mesa
favorita, la que se erige sobre el resto, como estrella de un local que acumula
ya tantos fieles que se coló hace años en la escena gastronómica madrileña. Y
lo hizo con un primer capítulo de entrantes digno de la mejor novela hostelera,
con una nutrida tortilla de patata con trufa y parmesano capaz de alimentar dos
bocas y hasta completar su velada con otro plato más. Que bien podría tratarse
de otro para comenzar, como las vieiras
sobre lágrima de salmorejo, la ensaladilla rusa o sus famosos torreznos, con o
sin cama de revolconas, tan gigantescos como sabrosos.
Una variedad para comenzar que fueron inicio y fin, pues sus
cantidades pudieron con un servidor y acompañante teniendo que dejar para futuras
ocasiones sus famosos arroces, carnes y pescados. No así otra referencia que ha
dado que hablar y abrió escuela para otros que vinieron detrás, con mayor o
menor cercanía pero sin tan singular tino, y es la tarta árabe. El manejo de
Javier Sánchez de las obleas y la crema pastelera, junto a matices como el
glaseado o la miel, no tiene parangón, y he aquí, en esta castiza posada, donde
uno puede hallar uno de los mejores postres de villa y región de Madrid.
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Jesús Clemente Rubio