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Otro jardín de las delicias para el Prado



 El Bosco lo pintó, y el Museo del Prado lo exhibe con orgullo. Pero es en el paseo homónimo donde se erige un imponente, majestuoso y referente madrileño como es el Ritz, ahora con el sobrenombre Mandarin Oriental, y un enclave que aísla al comensal del tráfico, ruido, estrés y prisas de la capital. El Jardín del Ritz es tan coqueto como delicioso, tan embriagador como sabroso. Un rincón en el que uno se evade de todo cuanto le rodea para centrarse en el entorno natural, la compañía y, por supuesto, la mesa. Con menús degustación por menos de 70 euros, con una carta en la que, amén de vinos y cócteles más que recomendables, Quique Dacosta deja su impronta y adapta su sello a la tipología del lugar. El resultado es una visita recomendable para todo público, ocasión y momento del día. Así es el Jardín de las Delicias bajo el pincel del Ritz. 

El aperitivo también nos conquistó: una bomba de tomate a devorar de un bocado.

Un nutrido y amable servicio adelanta lo que uno encontrará en el resto de la experiencia. Con un asesoramiento de primera y mesas y asientos que navegan entre zonas de mobiliario clásico hasta sofás más informales e ideales para familias. Y todo ello con la posibilidad siempre de resguardarse del frío bajo potentes calefactores o de lluvia y sol con ayuda de gigantescas sombrillas.

Pero aquí hemos venido a comer y hablar de lo que se cuece entre fogones, y para comenzar abrimos con un par de humeantes brochetas de presa con mojo verde, exquisitas, así como el bocado crujiente de tortilla de patata con panceta, con explosión literal y metafórica en el paladar. El ceviche con gambas rojas, almejas y buey del mar en la contundente leche de tigre puso el resto para un comienzo espectacular, como espectacular fue el remate panero. Sí, hasta el pan es diferente y adictivo en el Jardín del Ritz.

Ceviche, pan o el crujiente de tortilla. Los entrantes del Jardín del Ritz nos encantaron.

Pero fue el principal, en el que apostamos por el tratamiento de Dacosta de los arroces, en el que más disfrutamos... y eso que nuestra arriesgada elección -paella de pato a la naranja- sí hizo mella por la cuestión del cítrico. Nada más llegar tu ración -por cierto, el arroz para 2 personas es enorme, reserva hueco para este principal- te ves obligado a salivar ante la presencia de tan suculento plato. Cuyo emplatado finaliza en mesa rallando la piel de la naranja que, si volviésemos atrás, pediríamos que arrojasen menos cantidad para no amargar demasiado el sabor. Claro que muchos otros buscarán ese toque amargo como protagonista y saldrán encantados. Con todo, el intenso sabor de cada grano conseguía equilibrar muchos de los bocados y no ensombreció la experiencia, pero queda pendiente el arroz negro en paella con gamba blanca, lubina y calamar... o alguno de sus atractivos pescados.

He aquí la imponente presencia de uno de los arroces del Ritz.

De postre, flan cremoso de aspecto idéntico al de cualquier otro lugar pero de textura y sabor que quizá no hayas experimentado antes con tan popular postre. Pruébalo, eso sí, sin sacrificar el Qiqe sorpresa, que te desvelamos en alguna fotografía y publicación de Instagram. Una reinvención del clásico capricho infantil que gustará a todos cuantos compartan este generoso postre. 

¡Sorpresa! No echarás de menos el clásico muñequito de dentro.

Durante toda la experiencia nuestros sentidos fueron para la animada charla familiar y la mesa, sin colarse claxon ni distracción alguna. Porque la capital es mágica con toda su idiosincrasia, como también lo es poder tomarse un respiro de Madrid... en pleno Madrid. 

Más información en https://www.mandarinoriental.com/es-es/madrid/hotel-ritz/dine/el-jardin-del-ritz

Jesús Clemente Rubio