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Guía Zimbabwe I: Más allá de Victoria Falls

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Un mono aullador nos ha despertado en Costa Rica. Nos han saludado ballenas en alta mar, hemos subido a atracciones en la azotea del Stratosphere, a 350 metros de altura sobre Las Vegas, hemos cantado The Gambler con motoristas en la Ruta 66... hemos, hemos, hemos hecho tanto...y a la vez tan poco. Uno se percata de ello cuando se adentra en destinos que, aunque sean de este planeta, bien parecen extraídos de otro mundo idílico en el que los atardeceres combinan más colores, la fauna tiene más fuerza estética y emocional y sus habitantes exceden toda simpatía conocida. Nuestro primera visita a África del Sur ha sido a través de Zimbabwe y más que una primera toma de contacto, hemos tenido una experiencia vital en la que, por muchos viajes que llevemos en la mochila, supo a nueva. El vello de punta al toparnos con una manada de rinocerontes blancos, las sensaciones de terminar y comenzar un nuevo día estando de prestado en territorio animal, comprobar cómo una planta marchita resucita ante nuestros ojos con algo de agua... de los aspectos más impactantes a los pequeños detalles, Zimbabwe nos atrajo, sorprendió, encandiló y conquistó sin echar mano siquiera de su enclave más turístico, Victoria Falls. Sólo hay algo que llene más el corazón viajero que los lugares imperdibles de un destino... y es perderse en sus zonas más desconocidas e inexploradas. En esta guía no visitarás... vivirás Zimbabwe. O al menos sabrás cómo la vivimos nosotros. 

Nada más aterrizar en Harare tras unas 17 horas de avión, sumando el vuelo Madrid - Dubai y Dubai - Lusaka - Harare (sí, hicimos parada cual autobús en el aeropuerto de la capital de Zambia antes de marchar a la de Zimbabwe), tomamos un primer pulso al carácter servicial del zimbabuense en los controles de acceso. Cierto que pueden eternizarse, pero la breve charla con el personal del aeropuerto -en inglés, uno de los muchos idiomas del país- nos dio una visión general de las personas con las que íbamos a compartir los siguientes diez días. Amables, sonrientes, dispuestos a ayudar sin recibir nada a cambio más que la debida gratitud. 

Pocos edificios altos, bastantes jacarandas y muchísimo puesto ambulante.
Típica ciudad zimbabuense.

De allí volamos a Bulawayo, la segundad ciudad del país que, junto a la primera, Harare, muestran las notables diferencias entre la urbe a la que estamos acostumbrados en  Europa occidental y la que allí prima: anchas avenidas con edificios bajos a los lados, en cuyos soportales se instalan numerosos vendedores ambulantes que conviven con aquellos que desarrollan su actividad en tiendas. Mujeres cargando un desorbitado peso en sus cabezas y con sus hijos a las espaldas, hombres tratando de hacer el día en una de las miles de tiendas de móviles y dispositivos electrónicos y mercadillos de fruta y alimentos de mucho movimiento. Cierto es que más allá de la capital nos quedamos con Bulawayo, con mucha menos población y que invita a la exploración y el paseo sin ser parado cada cinco minutos por vendedores ambulantes -más si cabe si eres blanco, toda una novedad allí-. Pero no vinimos aquí a respirar el humo expulsado por el avejentado parque automovilístico de las ciudades zimbabuenses, sino para asomarnos a su lado salvaje y desconocido. Emprendimos rumbo a nuestro primer parque nacional, Matopos.





Arriba, Harare. Medio y abajo, Bulawayo. Mucho menos caótica que la primera.

Visita Parque Nacional Matopos, Bulawayo

Si habéis visitado el nacimiento del Río Cuervo y alrededores como la Ciudad Encantada, todos en Cuenca, y disfrutasteis, digamos que Matopos es el padre de éste y muchos otros enclaves similares. En sus 424 kilómetros cuadrados de superficie concentra multitud de especies vegetales y animales y, mientras lo recorres con coche y guía oficiales puedes disfrutar de las rocas equilibradas, que parecen obedecer a caprichos de los dioses jugando a hacer castillos de naipes con este tipo de material. Ésa es una de las ventajas, que tengas ese día la fortuna de toparte con animales o no, te llevarás al menos el recuerdo de estas maravillas de la naturaleza. Otra ventaja es que esto no es un safari al uso: podrás apearte en caso de observar algo que merezca la pena... y acercarte con cuidado. Y ése fue nuestro caso; señalando una de estas rocas equilibradas, y comunicándoselo al resto del grupo, el guía nos pidió silencio... había visto algo y, si éramos cuidadosos, todos podríamos verlo. Era un rinoceronte blanco.







Las colinas de Matopo son puro placer visual y fotográfico. Maravillas naturales.

Uno no... ¡una manada! a la que nos pudimos acercar siempre manteniendo una distancia prudencial y quedando a espaldas del guía, que sabía intuir los movimientos y dirección de la manada para no perturbarlos y poner a prueba su territorialidad. Cuando uno se enamora, sabe especificar y segmentar perfectamente el momento en el que lo hizo. Justo cuando dejé de mirar al suelo para vigilar mis pisadas y alcé la cabeza para ver por vez primera al rinoceronte blanco, el corazón se aceleró, el vello se erizó y, muy probablemente, mis pupilas se dilataron. Es difícil explicar más allá de este cúmulo de reacciones corporales lo que sentí, pero supe que estaba dónde debía estar. En uno de los lugares más bellos del mundo y en un instante incrustado en la memoria. Tras unos minutos observando cómo padre y madre cuidan de sus abadas, finalizamos el tour en uno de los promontorios del Parque Nacional de fotografías interminables dadas sus variadas formaciones rocosas. El atarceder a bordo del camión, ya de vuelta, nos brindó un marco incomparable para rememorar y a la vez sonreír por cuanto ese día habíamos visto.


Respeta el territorio de los rinocerontes. Aquí tú eres el invitado.

Sanganai Expo, el FITUR de Zimbabwe

 Para ser un verdadero zimbabwen, hay que ir a sus colegios, hablar con sus políticos, asistir a sus ferias más importantes. Observarlos en el terreno educativo, político y laboral. Y así hicimos en nuestras dos jornadas cubriendo el FITUR de Zimbabwe y parte de África del Sur, la Sanganai Expo, que recuperaba todo su esplendor gracias al factor presencial. Por la mañana asistimos a unas jornadas ecológicas y escolares donde el ministro de Turismo (muchos más departamentos, pero resumámoslo así) acudió al colegio donde creció para plantar un árbol y acompañar a otros infantes a hacerlo. En nuestras historias de Instagram ya habéis comprobado lo bien que lo pasamos con los niños zimbabwenses, disciplinados, educados, simpáticos y de extraordinaria capacidad de aprendizaje cuando les enseñamos a decir "España" así como otras perlas del castellano. 


Quizá sea su etapa educativa, pero fuimos nosotros los que más aprendimos.

El mimo y respeto que tienen por la tierra, de la que hasta anteayer han extraído todo y más de lo que se llevan a la boca y lo que les permite subsistir, es admirable. Allí descubrí lo simbólico y casi épico que es ver cómo un niño planta un árbol.. nuestro presente y futuro velando por que, efectivamente, haya un futuro. Nqobizitha Mangaliso, el titular de Turismo, culminó la ceremonia con un adelanto de lo que sería Sanganai: una oportunidad no sólo para que cada destino hable de su libro, sino para escuchar e incluso imitar la forma exitosa elegida por otros para hablar del suyo. Amén.




Charla con el ministro de Turismo (centro) y con LATAC en el marco de Sanganai.

Mucho menos ambiciosa que la gigantesca FITUR, Sanganai Expo concentró en un pabellón cifras nada desdeñables: 200 compradores, 350 exhibidores, 50 regiones participantes y 200 profesionales comerciales, además de los medios de comunicación. Una oportunidad excelente para asomarnos a otras joyas del "Southern Africa" como Zambia, Kenya o Rwanda, que en el pasado sólo han pasado por nuestra pluma para contar desgracias o hechos puntuales y aislados. Un tópico más desterrado: con mayor o menor nivel de desarrollo, estos países no son ni la sombra del atraso que podamos esperar e imaginar. Simplemente requieren un cambio de prisma para disfrutarlos en todo su esplendor. Tras la parada técnico-laboral, continuamos nuestra ruta por las piedras que conforman esta hermosa casa llamada Zimbabwe. 

La casa de piedra: recorrido por Khami Ruins y Great Zimbabwe National Monument

El monumento nacional de las Ruinas de Khami se erige a 15 kilómetros al oeste de Bulawayo, tras un trayecto que durará 40 minutos no obstante. Acostúmbrate, porque aquí hay dos carreteras principales y el resto son caminos y polvareda. Tómalo como parte de la aventura. Abandonada a mediados del siglo XVI, fue una ciudad que trató de imitar el estilo de la Gran Zimbabwe pero que no se le acercó a sus proporciones, si bien permite un aperitivo de lo que encontraremos en aquél. El grado de conservación de sus paredes es extraordinario y por ello podemos imaginar sin demasiados apuros como el momba reinaba desde lo más alto rodeado de aristócratas mientras que las clases trabajadoras, nunca esclavos, vivían fuera de la zona amurallada. La piedra resonante a modo de campana es el clásico elemento que copará tus redes sociales. 


Las ruinas Khami sorprenden por su grado de conservación.

Pero si lo que queremos es un pedazo de cultura ancestral Shona, el máximo exponente de la arquitectura antigua zimbabwense y una de las culpables de que el país se traduzca como La Casa de las Piedras (también grandes, Zimba (el Simba del Rey León) significa poderoso), hemos de dirigirnos a Masvingo para encontrar la Gran Zimbabue (véase que estamos utilizando siempre el término original Zimbabwe), the Great Zimbabwe, la colosal ciudad medieval construida en el siglo IX y abandonada 600 años después. Llegó a dar cobijo a 20.000 personas y en la actualidad es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y basta un vistazo rápido para entender por qué. Aunque recomendamos encarecidamente la exploración detallada. Un ascenso en el que sortearemos estrechos pasillos empedrados mientras vamos ganando una panorámica envidiable. Así hasta llegar a La Acrópolis, o cima, donde el Rey era dueño y señor, y donde ciertamente te sentirás poderoso una vez la alcances. Es curioso observar cómo estas últimas rocas están dispuestas de tal forma que parecen dibujar una escalera que conduce al cielo, por aquello de la asociación del rey con las deidades. De nuevo, a tus pies, quedarán paisajes sacados de Memorias de África cuyos atardeceres, que ya hemos hablado de ellos y volveremos a hacerlo, jugarán con el frecuente amarillo de la tierra con los marrones de montes y montañas, gris de rocas y los verdes de la flora... sin olvidar los naranjas y morados del sol. Puro espectáculo.









Tras un recorrido plagado de recovecos rocosos llegamos a la cima de Gran Zimbabue.


NOTA: Nuestro alojamiento en estos días es igualmente reseñable por estar enclavado en la selva y se trata de Lodge at the Ancient City (LATAC), en referencia a la cercana la Gran Zimbabwe. Unas instalaciones de las que te hablamos en el segundo volumen de la Guía Zimbabwe.

El baile de los Karanga, las pinturas de Chamavara y el lago Mutirikwi

Flora, fauna... y tradición. Zimbabwe se ha sumado al siglo XXI en muchos aspectos pero sabiendo respetar íntegramente sus orígenes y reservándolos el lugar que merecen. Una vez alcanzamos la cima del monumento nacional, alguien hizo sonar un cuerno. Sonaba lejano, pero desde tan privilegiada situación pudimos alcanzar a ver de dónde procedía la invitación: la aldea de los Karanga. Donde continúan viviendo en un enclave único en pequeñas cabañas coronadas por la del rey, más grande que ninguna, seguida de la de la primera dama -no única- equipada con una enorme cocina. La belleza e importancia de las pequeñas cosas culminadas por una de las múltiples danzas tribales -las tienen para todo tipo de evento y estado de ánimo- que, por su ritmo alegre, no pudimos evitar unirnos. Creedme, ¡hace falta mucha resistencia para soportar una canción entera!




Los Karanga nos dieron una cálida acogida a ritmo de danza tribal.

En nuestro recorrido ancestral faltaba una parada que creímos de rigor y resultó ser extremadamente interesante y cautivadora. De camino al área del lago Mutirikwi, la presa y la capilla que los vigila en alto nos detuvimos para ver unas pinturas en la cueva Chavamara, cuyo interior fue visitado por reyes y siguen haciéndolo ahora habitantes de la zona sabedores de su mágica fuerza. De ahí rituales como el que, supuestamente, llevó a cabo alguien al dejar clavado un cuchillo en el suelo para pedir ayuda a un espíritu poderoso de un familiar fallecido. 

Rituales y magia ancestral rodean a las pinturas y cueva de Chamavara.

Por si fuera poco, en los alrededores conocimos la llamada planta de la resurrección, Mufandichimuka, que quiere decir literalmente muerto para después resucitado, y así es: la planta está marchita, desposeída de todo vigor y presencia, gris y de hoja caduca. Pero la sumerges en agua y, en 24 horas, brotes verdes asoman de la raíz a las puntas. Mufandichimuka. 

Lo muerto vuelve a la vida. Mufandichimuka.

Como siempre, elegimos la caída del sol para acercarnos al lago Murtirikwi que separa las áreas de Murinye y Mugabe, históricamente peleados por el control de un área de exquisita belleza con la conjunción del agua y su fuerza gestionada por una enorme presa, la naturaleza, y la capilla más pequeña de Zimbabwe por testigo: St. Andrews. Erigida en memoria de una novia que murió antes de convertirse en esposa.

Una coqueta capilla y una imponente presa rodean al lago Murtirikwi.

Cebras y jirafas en Vumba y la mágica barba de viejo en La Rochelle

Harare, Bulawayo y Masvingo quedaron atrás... pero por delante teníamos aún mucho disfrute y tremenda magia zimbabuense. Llegados a Vumba tenemos que invitaros, nuevamente, a pasaros por otro de los volúmenes de esta gigantesca guía para un enorme país, la que habla de nuestros alojamientos en la selva porque fue Leopard Rock CRUCIAL en nuestra experiencia en las Eastern Highlands de Zimbabwe. Aquí nos detenemos en una de las experiencias -otra, queremos decir- más emocionantes de cuantas tuvimos: las que ellos conocen como plataformas de observación de animales. Cebras, avestruces y monos se apostaban en torno a la única valla que encontramos en todo el país y que sirve de mera seguridad para humanos y animales. Todos conviviendo -y a veces peleando- por la comida que cogían de nuestra mano y que buscaban con ahínco. Al fondo, la majestuosa jirafa y algo más lejano, el sol ofreciéndonos nuevamente los mejores colores del atardecer para bañar el inmaculado pelaje de la cebra, la traviesa astucia del mono y la potencia y agilidad del avestruz. Un baño de luz y especies para despedir otro día memorable.








Una tarde entre fauna local rematada por otro inolvidable atardecer africano.

Antes de desgranar las mil y una sensaciones de nuestra etapa aventurera en las Eastern Highlands de Zimbabwe, una breve mención a La Rochelle, un espacio botánico de camino a Mutare con especies tan curiosas como la Cruz de Jesús -una flor calcada a la susodicha-, las barbas del viejo -blancas como aquéllas pero que tras sumergirse unos segundos en agua se tornan verdes- y las orquídeas capaces de predecir un acontecimiento importante a través de los diferentes brotes que surjan. Nos aseguran que la pandemia o la muerte de la reina Isabel II han venido precedidos, pocas horas antes, por un nuevo brote en estas orquídeas a las que nos pidieron hablar y tratar como los seres vivos que son.

Aventura en Eastern Higlands: Skywalk, Zipline a 500 metros de altura 

Antes de partir a Mutare, y completado cuanto hemos mencionado arriba, restaba lo mejor. O, al menos para un servidor, una de esas pequeños retos e incluso miedos grabados a fuego en nuestro listado de "cosas por hacer antes de morir": vencer las alturas. Y no de cualquier forma. Ya que estábamos a los pies de las cataratas más altas del país, las segundas de África y las sextas del mundo, por qué no codearnos con dicha altura para admirar el paisaje con las gafas de Mutarazi Falls. Dicho y hecho, nos dirigimos a un área recreativa compuesta por dos vertiginosos puentes colgantes sobre 400 metros de altura que, si no soportan a muchas personas a la vez, no se moverán tantos como los que ya hemos probado en otros países... pero claro, la caída es mucho mayor. Cruzarlos para mi vértigo, pese al arnés que te ata a un raíl superior, fue una de esas pequeñas metas que, una vez alcanzadas, despiertan un doble sentimiento: la satisfacción del arrojo y la valentía personales, y la ambición kamikaze de pensar ya en el siguiente desafío. 







Dos puentes, más de 400 metros de altura y un arnés. ¿Qué puede salir mal?

No dio tiempo a esto último: al otro lado de uno de los puentes aguardaba la tirolina (canopy o zipline) de casi 500 metros de altura y 400 de longitud que nos brindaría la mejor instantánea de cuantas captó nuestra mente. Solos tú, un arnés y un cable para deslizarte sobre un extraordinario paraje mirando a los ojos a las imponentes Mutarazi Falls, adivinando un horizonte repleto de contrastes y colores, desobedeciendo la primera norma de toda aventura en las alturas que es el "no mires abajo" para descubrir lo mucho que te habrías perdido de no hacerlo. El aire en el rostro, la adrenalina bombeando en nuestro cuerpo, belleza 360 grados, libertad, naturaleza, África en estado puro.

Una de las mejores experiencias de mi vida.

Ascendiendo la montaña secreta: Nyangany Mountain

Y esa última aventura fueron el pequeño salto de agua de Ndyangombe Falls, donde despedimos otro día más repleto de ilusionantes vivencias con el agua discurriendo a nuestro lado para perderse en un abismo rematado por una mágica puesta de sol más.


Sigue el curso de las cataratas Ndyangombe hasta la puesta de sol. 

El broche lo pusimos igualmente en alto, al día siguiente, completando tres de los cinco niveles que conforman el ascenso a la montaña Nyangani, la montaña secreta, donde aseguran que es posible toparse con cosas extrañas (monos azules, oasis que otros no ven, y un largo etcétera nos contaron) si te desvías de la senda principal. Claro que, si lo haces, no podrás nunca comentarlo si no quieres que desaparezca tanto la rareza que has encontrado como tú mismo... sólo podrás señalarlo con el puño -nunca con el dedo- a los que te acompañen en el ascenso y no mencionarlo nunca más. Panorámicas de ensueño y tradiciones de la mano de leyendas para cerrar un viaje que reposamos al otro costado de las cataratas de Ndyangombe del día anterior, en las piscinas naturales que dejan esos saltos de agua a su llegada al nivel más bajo. 



La montaña secreta no nos premió con ninguna rareza... tampoco lo necesitamos.

De rinocerontes blancos a monos azules, de caóticas ciudades llenas de vida a enclaves tribales que nos permiten asomarnos siglos atrás sin renunciar al presente. De mandas de rinocerontes cediéndonos parte de su tierra para la visita y el gozo a piedras equilibradas por mano de la naturaleza...o quién sabe. Zimbabwe, la gran casa de piedra, ciertamente es poderosa, es roca pero, sobre todo, es una casa y un hogar para el viajero que llega allí con mente y corazón abiertos y regresa con ellos cargadas de emociones, sensaciones, experiencias y reflexiones que nunca antes había experimentado en otro lugar del mundo. Si se puede amar un destino, desde hoy me declaro enamorado de África del Sur. 

Jesús Clemente Rubio