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Real Madrid 3 - Manchester City 1 (Semifinales Champions): El Madrid sempiterno

Fuente: Real Madrid


Otra noche mágica del Rey de Europa. Los tifos esta temporada están siendo premonitorios, las remontadas convertidas en ordinarias por su frecuencia, la adrenalina correteando por las gradas de un Bernabéu apoteósico en cada eliminatoria de esta temporada europea. Cuando en el 88 el Madrid parecía decir adiós a la épica muchos hablaban de que se había acabado la suerte. Y tenían razón, pero no en el sentido derrotista. La suerte al Madrid se le acabó hace tiempo y lo que queda, lo que permanece, es otra cosa intangible, que ni se toca, ni se ve, ni se escucha ni se explica, tan sólo se siente. Un club que muchos quieren que muera y otros tantos que le siguen dando en repetidas, demasiadas, ocasiones por muerto... siendo ése su principal error. Porque el Madrid siempre vuelve. Porque tiene un principio, 6 de marzo de 1902 pero no un final. Y eso le hace sempiterno.

Comenzaba el partido con un intercambio de golpes tácticos enfocados a la presión en línea alta por ambos bandos, mayor intento de control de la pelota del City y mayor verticalidad del Real Madrid. Nada nuevo en el horizonte salvo que el 4-4-2 con Valverde abrigando al resto de centrocampistas se traducía en menos sorpresas y sustos, salvo un par de disparos que sí encontraban puerta, al contrario que las llegadas del Madrid, siempre desviadas por encima del arco de Ederson. 

Un par de cabalgadas de Vinicius ponían en aviso a la banda derecha del City pero también, aunque de manera más puntual, las carreras de Valverde y las ayudas de Carvajal también alertaban en el flanco izquierdo. Transcurridos 30 minutos Guardiola decidió algo poco habitual en él; cambiar de plan inicial antes de entrar en la caseta. Gabriel Jesús, Foden y Mahrez recibían la orden de dar un paso atrás y esperar en los tres cuartos de campo, liberando a un Courtois al que ya habían puesto a prueba en un par de ocasiones recibiendo sendas paradas de altura. Con ello facilitó la circulación y salida de un inmenso Bernardo Silva a costa de que el Madrid se encontrase más cómodo. Se movía con soltura sí, pero en los metros finales no llegaba a las costillas el golpe que pusiera en aprietos al combinado inglés, mucho menos que lo llevase a la lona. 



En la segunda parte sorprendió que Guardiola siguiera con un plan que le dejaba mucho más progresar al Madrid, que seguía golpeando el costado derecho con un Valverde inconmensurable que recuperaba, pausaba, driblaba, asistía y atacaba. Un jugador orquesta que tuvo su réplica defensiva en Nacho quien, con permiso de Militao, ostentó esta vez el título de comandante y sí, cumplió. Cumplió una vez más con el cometido de jugar en una posición que dista de su rol ideal, cumplió con sacar del apuro a Ancelotti y el Real Madrid y cumplió arrebatando el balón a todo rival que se le cruzaba, en las ayudas a los laterales, despejando de cabeza e incluso levantándola para hallar a algún compañero que tiraba el desmarque. Hace ya mucho que Nacho cumple... porque cumplir tantos años en el equipo más exigente del mundo, como el papel del Madrid en esta Champions, no es casualidad. Tampoco es cumplir. Es rozar la excelencia.

Pero el fútbol son una suma de instantes y al momento siguiente de vaticinar la llegada del primer gol madridista, máxime con la entrada de Rodrygo, el City también hace un par de cambios que desordenan el esquema de Ancelotti lo justo para que los visitantes encuentren espacio por donde más lo intentaban, el centro, y Bernardo Silva avance hasta servirle a Mahrez, que no perdona. A partir de ahí, una suerte de asedio donde el Madrid apenas conseguía cubrirse pese al colchón que le daba una afición entregada. Mendy sacando bajo palos, Courtois con los tacos otra ocasión clara y sólo un espejismo del lado local en forma de centro de Carvajal al que no llega Asensio, que había entrado por Modric como ya hiciera Camavinga por Kroos. Capítulo aparte por cierto el de Eduardo, que en las dos eliminatorias anteriores había salido con el Madrid en desventaja para echárselo a la espalda, organizar, circular, cambiar de juego y proponer lo que sólo un centrocampista veterano y completo puede hacer. Él tiene 19 años.


Y entonces... ocurrió. Otra vez. Intentaría explicarlo con palabras, pero es difícil hacerlo sólo con sustantivos, porque los adjetivos acabaron hace tiempo. Así que echemos manos de las matemáticas y los números, a ver qué tal. El Madrid ha estado 179 minutos eliminado en esta eliminatoria. El Madrid ha podido con los 6500 millones en fichajes que suman PSG, Chelsea y Manchester City. Rodrygo, hace tres partidos, conseguía dos goles en partidos consecutivos, los mismos que en sus 40 anteriores partidos con el conjunto blanco. No, estos números tampoco explican el milagro.

Hagamos una cosa, dejemos de buscar explicaciones, simplemente contémoslo. Vivámoslo. Rodrygo, con el traje de Champions a medida y la corbata del gol puesta desde hace ya tres encuentros, le pide a Benzemá que le haga el nudo. El francés, que lo había estado intentando durante todo el encuentro, que había sufrido un amago de tirón que amenazó con dejarle fuera, que protagonizaba el tifo inicial, controlaba un balón colgado al área para servir al brasileño y emprender la maravillosa senda de la remontada. "¡No, imposible, es el minuto 89!". Sí, es posible, es probable, es el Madrid. 

En una nube esbozada por los jugadores y transportada por las 80mil almas del Bernabéu, salvo la pareja que vimos marcharse en el 87 y que, a estas alturas, habrán decidido terminar con su relación, el Madrid se hizo grande y el City minúsculo. La olla comenzaba a echar humo, las piernas a temblar, los atletas a jugar. Cabeza, corazón, alma y talento se dieron cita en el balón que Carvajal colgaba al área apenas dos minutos después, peinaba -y desviaba ligeramente- Asensio e incrustaba en la red, ya daba igual cómo y de qué manera -de cabeza-, Rodrygol. Si no fuera por las gradas y los recientes refuerzos casi desde los cimientos, el Bernabéu se habría caído. Gritos de júbilo, extasiadas proclamas, ríos que asomaban en los lacrimales, afonías agudas, abrazos anónimos, sonrisas cómplices... decenas de miles de emociones comprimidas en un instante, recordad, la suma de ellos hacen el fútbol. 

En el campo continuaríamos viendo once jugadores de cada equipo durante la prórroga, pero ya sólo uno vestía de color, de la suma de todos ellos, de blanco. El celeste se había vuelto gris, apagado, incrédulo, impotente ante el que nunca muere. Quizá se ausente un tiempo, sí, pero siempre vuelve. Nunca muere. 

Sólo podía redondear la noche y colocar el sexto gol en el global de la eliminatoria y la primera vez que los merengues mandaban en ella una persona. Un gato. Un Dios. El señor K. Benzemá provocaba con agilidad y astucia un penalti en un balón que se le marchaba por kilómetros y lo transformaba para refrendar el tifo inicial, la leyenda blanca, afirmaciones de estas líneas como que Hay que venir al Bernabéu. Ya no, al menos esta temporada. Ahora toca ir a París con el vello aún de punta tras remontar al campeón francés, al todavía actual campeón de Europa y al previsible campeón o subcampeón de la Premier, la todopoderosa liga que, se supone, saca los colores a la española. La camiseta blanca se puede manchar de sudor y barro pero nunca de vergüenza. En la capital gala esperan otros ingleses, que no hay que olvidar que inventaron el fútbol, pero tampoco que el blanco lo perfeccionó hasta un punto inexplicable, que una leyenda como Rio Ferdinand justificaba en el estadio, en el peso de la historia, del escudo y de esta camiseta. 

Disfruten madridistas, esto ha ocurrido y quizá ocurra más veces en la vida, pero sólo un equipo es capaz de ello: el Real Madrid Club de Fútbol. Un principio sin final. Sempiterno.

Jesús Clemente Rubio