La volea de Zidane. El cabezazo de Ramos. La chilena de Bale. Valieron Champions. Hoy los tres goles de Benzemá, el empuje y arrojo de jugadores y afición, la épica vestida de corto y blanco no ha traído otra orejona, pero sí ha grabado a fuego una noche europea más. Mágica y memorable. De las que dejan ya para los ecos de la eternidad la pregunta ¿recuerdas aquel día en el Bernabéu en el que tumbamos al PSG de buenos jugadores como Neymar, Messi y el superhombre Mbappé?
Por supuesto que lo recordamos. Ahora y siempre. Cómo olvidar otra epopeya blanca, tejido con versos que nunca abandonaron la rima ni la concordancia para frenar a palabras que quizá destaquen sueltas, pero que nunca harán poema. Los petrodólares no hacen equipo. Ni afición. El arreón inicial ponía en aviso al equipo visitante, que pagó más de la cuenta su relajación inicial con una pérdida absoluta de balón y colocación... pero el Madrid no aprovechó para encontrar puerta. Era cuestión de tiempo que Messi y Neymar conectasen y pusieran en aprietos a una zaga en la que sólo fallaba Alaba -Nacho estuvo excelente-, que concedía demasiados espacios. Por una parte era lógico, Messi es el pasado glorioso y Neymar el presente brillante pero que, como aquél, es efímero y se diluye al minuto de destellar. No contaba el defensa merengue con el que no es futuro, sino todos los tiempos verbales al mismo tiempo porque trasciende toda lógica y física. No contaba con el superhombre Mbappé, al que anularon dos goles y que le bastó otra llegada más para poner el balón donde ni Courtois ni el VAR podían llegar. Las cosas se ponían entonces muy cuesta arriba para cualquier equipo del mundo, CUALQUIERA. No para el Madrid.
70 años: hagamos caso de 'nuestros mayores'
36 y 34 suman 70. Las edades de Luka Modric y Karim Benzemá juntan las de un jubilado pero, por Dios, ojalá nunca se jubilasen. Ojalá nunca colgase las botas un croata que es puro caviar en el centro del campo, de lo mejor que ha disfrutado el fútbol mundial y todavía hay quien se pregunta por el merecimiento del Balón de Oro. Modric cortaba sin cesar ataques parisinos, desesperando a Messi. Circulaba el balón y sabía en cada momento hacia donde bascular y dirigir la acción, volviendo locos -gracias también a las cabalgadas valientes de Valverde- a los centrocampistas visitantes. Y, claro, asistía, como en el segundo gol a Karim Benzemá, verticalidad absoluta, y el francés no perdonaba. Pero rebobinemos unos instantes, los necesarios para tomar aire y observar cómo germinó una remontada para el recuerdo, imborrable, memorable, inolvidable.
Benzemá, el más listo de la clase
La segunda parte comenzaba como lo hizo el Madrid en los primeros minutos, con los de Ancelotti corriendo sin cesar tras la pelota y los jugadores parisinos hasta la extenuación para llevar la presión a un nivel pocas veces visto. Se notó mucho el refresco de los cambios con la entrada de Camavinga y Rodrygo. Asensio y Kroos no estaban, aunque por motivos diferentes. Tan asfixiante era la presión que había balones que, casi ya encarando el PSG el área grande madridista, los jugadores conseguían hacer retroceder hasta Donnarumma... Y ahí, con un alumno de casi primer año, el más listo y veterano de la clase se cebó. Benzemá arrebató a un armario de casi 2 metros y 90 kilos un balón que sirvió a Vinicius, demasiado escorado, para después abrirse lo suficiente para ofrecerse al brasileño y, tras recibir, marcar a placer. Pero no miren al campo en busca del principio de la remontada, pues no ocurrió allí, sino en la grada. En cada butaca. En la garganta de cada aficionado que pagó su entrada o su abono a principio de temporada. Porque nada podrían hacer los magos del balón sin la magia del Bernabéu.
Hay que venir al Bernabéu
Con el empate a uno, de repente, se produjo un momento que recordó a aquel empate de testa de Ramos en la final de la Décima. Para los madridistas sabía a empate, para los atléticos a derrota. Y lo mismo ocurrió con un PSG nervioso, con prisa, intentando en vano devolver la presión al Real Madrid y perdiendo completamente cordura y posición. El combinado dirigido por Pochettino había desaparecido. La presión de Ancelotti había surtido efecto, pero no resultó determinante: hemos de reconocer ese papel a la grada. Al templo. Al Santiago Bernabéu, olla a presión del fútbol mundial y que empujó el primero de Benzemá a pase de Vinicius, el segundo tras centro de Modric... y el tercero. Con los franceses buscando sus cabezas, un desbarajuste y rechace defensivo fue aprovechado por la clase, la elegancia, el primer toque, la ilusión y las ganas de un veinteañero en cuerpo y botas de uno que ya dejó los 30 hace 4 años. 'Hat-Trick' para Benzemá y locura total en el estadio que ya me ha hecho acuñar otra frase.
Siempre he escrito en estas líneas que el coco en los sorteos, el coco es el Madrid. Hoy nace otra... pase lo que pase en los partidos de ida en casa del contrario, hay que venir al Bernabéu. Hay que pisar un césped con más historia que decenas de estadios juntos. Hay que saltar al terreno de juego, mirar arriba y, amén de un proyecto de estadio nunca visto, no ceder. No ceder ante el cerebro que ordena a tus piernas temblar y a tu corazón encogerse. Pase lo que pase, HAY QUE VENIR AL BERNABÉU, escenario de tantas y tantas gestas. Porque si hay un equipo en el mundo que puede hacerlo, es el Real Madrid. Y nada más. Hala Madrid.
Jesús Clemente Rubio