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Circlassica, sueño y homenaje a Miliki y a la infancia


 Circlassica también sufrió el parón pandémico. Cierto es que en Productores de Sonrisas no entienden de épocas mejores o peores para el ánimo, y supieron sustituir el pasado año la cita ya referencia para todos los amantes de la navidad por una exposición de dinosaurios que también cautivó al público. Pero cuando supimos que el evento retornaba este 2021 con Emilio Aragón al frente y tributo a su padre, Miliki, incluido, enseguida vimos el llamado a ser indispensable de estas navidades. Tras haber asistido, lo confirmamos: no estamos ante un homenaje a uno de los payasos más prolíficos de la pequeña pantalla y grandes teatros, sino ante un homenaje a la infancia, la tuya, la mía, la de tus hijos, la de todos. Porque el sueño de Miliki aún perdura y parte de una premisa tan sencilla como hermosa, tan simple en el enunciado como, desafortunadamente, compleja en la consecución: llevar la paz, la alegría y las sonrisas a todos los rincones del mundo, empezando por los del circo. Números extraordinarios, carcajadas y, por supuesto, alguna lágrima, en el espectáculo que Miliki merecía. 
Los números son excelentes. Y os lo decimos tras llevar ya unos cuantos circos a las espaldas (Circo de los Horrores, Price) de exquisito talento y variedad en los números. Pero Circlassica, el sueño de Miliki ha redoblado esfuerzos y, con la memoria aún en forma sobre lo visto en ocasiones anteriores, estamos hablando de una torre de babel que reúne a lo mejor del ancho y largo mundo en funambulismo -impresionante la chica con una actuación sin peros, errores y repleta de perseverancia y persistencia-, antipodismo o malabares con los pies en los que tu vista apenas será capaz de seguir los objetos que va paseando la artista entre manos y pies y la velocidad a la que lo hace; los números con cuerdas que van desde la ucraniana "Susanita" (sí, la que tiene un ratón) que es salvaje y arriesgado hasta la belleza de la pareja que eleva su pasión a los cielos de la carpa de IFEMA. Sin olvidar los trapecistas de Mongolia y la épica medición de tiempos.

Pero si hemos de quedarnos con uno, por mucho que cueste escoger entre la perfección, nos quedamos con el llamado "péndulo del tiempo". Hay que tener mil puntos de talento y uno de locura para hacer lo que hacen estos dos chicos, especialmente el que entra y sale de su "rueda de hámster" a placer desafiando a la gravedad y que, en algún momento, obligó a apartar la cabeza si bien uno quiere seguir mirando para ver qué ocurre a continuación. Maravilloso fue y un atronador aplauso así lo certificó.

Claro que, hablamos de circo, del sueño de Miliki, de un talentoso y joven protagonista que da vida al famoso payaso cuando era niño, embarcándose en un viaje circense en el que descubrirá no que quiere ser payaso, pues eso ya lo sabía, sino lo más importante para llegar a serlo. Y por el camino conocerá a Don Pepito y Don José, que un servidor quiso entender que no eran sino el alter ego de Gabi y Fofó en la recta final, con una despedida que les adentra en el paraíso que, como no podía ser de otra manera, seguro que reposarán. Fue en ese momento y el posterior adiós del niño Miliki cuando resultó imposible contener las lágrimas en las que nadaban memorias del niño que fuimos, que somos, que gracias a los payasos de la tele, nunca dejaremos de ser. Aunque, en ocasiones, avatares de la vida y personajes sin alma se empeñen en lo contrario. 

Gracias por tanto Miliki y todos aquellos que una vez soñaron y, al despertar, nos convencieron al resto de su sueño. Porque la vida se ve mejor con nariz roja, bombín y zapatos grandes. Ojalá algún día mi hija me rinda tributo como Emilio Aragón lo ha hecho con su padre. 

Más información en https://circlassica.es/

Jesús Clemente Rubio