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Rudolf: La guerra deja más heridos que muertos


Más de 55 millones de víctimas mortales dejó tras de sí la II Guerra Mundial. Pero la coletilla de mortales significa mucho más de lo que parece: porque al quitarla nos deja las otras víctimas, aquellas cuyas heridas, las más profundas, las del alma, nunca cierran y condenan sus vidas a una constante pesadilla en la que sólo pequeños momentos cotidianos les hacen sentir otra vez personas, individuos corrientes. María Botto y Roberto Drago encarnan a dos de estos heridos que, por unos instantes y gracias al contacto humano, olvidan los males pasados. Pero qué difícil es expulsar la guerra de la memoria... 

El ruido es una constante en la obra pero tranquilos,
sólo molesta al protagonista. Quizá no sea
lo único que disturba su cabeza...
Greta vive sola en la Alemania de la posguerra. Sola y, al parecer, tremendamente triste por un pasado que aflora cuando se sienta al esperpento del piano que una vez tuvo. Sus monótonos y amargos días cambian cuando un muchacho judío aparece por su domicilio buscando a la examante de un alto cargo nazi. Lo que iba dirigido a una sencilla operación de recabar información termina convirtiéndose en una reunión de alcohólicos anónimos en la que uno hace de paño de lágrimas del otro, y viceversa. Lo malo es que aquí el alcohol es la herida de guerra, ya sea física o interna, que nunca sana, que nunca cierra.


Pronto la compasión y la humanidad superan los sentimientos encontrados de ambos y se dejan llevar por una compleja relación de sexo, mentiras (medias verdades) y conflictos éticos. Él tiene todo lo que no perdió en la guerra; ella conserva su pasado que, de cuando en cuando, le devuelve la luz y vivacidad que perdió.

El piano, capaz de evocar los más bellos recuerdos, queda reducido por las circunstancias
a un simple pedazo de cartón.
 


Botto y Drago ofrecen una interpretación
excelente. Ella es sublime.
Cristina Rota demuestra en apenas una hora por qué el prestigio de su escuela de interpretación: la batuta dirige con destreza a unos actores que, lejos de quedarse atrás, satisfacen y a buen seguro superan las expectativas de Rota sobre el transcurso de la obra. María Botto se mueve entre el drama, la impotencia, la nostalgia y, pese a todo, un hálito de esperanza ante la menor sonrisa de su actual vida. Drago es todo pesadumbre prisionera del pasado, buscando la más mínima excusa para explotar y desencadenar los males que le atormentan desde que apareciesen en su vida... y su cuerpo. Ambos merecen ser disfrutados en vivo, no nos enamoraremos de sus tristes circunstancias, pero sí un poquito más del teatro.

La carga dramática aderezada por los simpáticos guiños del guión (Patricia Suárez), que hace más llevadero el nudo que se nos pondrá en la garganta en algunos momentos. La diversidad de la naturaleza humana, donde unos se aferran a los pocos minutos en que vuelven a sentirse vivos y otros se condenan a sí mismos a vagar por el mundo arrastrando la pesada cadena del pasado.


Definitivamente, una de las obras de la temporada, lástima que se nos vaya a final de mes (¡corre!) pues, con ella, se nos irá un pedacito de humanidad y una lección histórica y tan obvia como paradójica: sólo el hombre puede desatar semejante comportamiento inhumano.

otiuMMaximus


- La química entre ambos actores. Él, notable alto...sólo superado por el sobresaliente de ella.

- El guión, especialmente en el último acto.
- El humor escondido en el drama. Ayuda a digerir las desafortunadas circunstancias de los personajes.


otiuMMenester


¿Dónde? CNC-Sala Mirador. Calle Doctor Fourquet, 31. 28012 Madrid. 91 528 95 04 www.lamirador.com
¿Cuándo? De J a S a las 20 horas y los domingos a las 19:30. Hasta el 30 de marzo.
¿Cómo? En coche, puedes aparcar por las Rondas de Valencia, Atocha e intentarlo en calles colindantes. En Metro, L3 (Lavapíés).
¿Cuánto? 16 euros en taquilla, 14 prepago y 13 para estudiantes.

Jesús Clemente Rubio