Portaventura juega con la nostalgia y los recuerdos el año que sopla 30 velas desde su apertura. Recupera canción original de 1995 y platos de entonces en algunos de sus restaurantes, introduce ornamentación personalizada con cada uno de los mundos que toca y modifica el desfile final para celebrar por todo lo alto tres décadas y, en realidad, una segunda juventud al servicio del usuario a base de modernización y adaptación a la exigente demanda.
Al margen de los elementos mencionados, que ya de por sí
justifican una revisita por jugar con nuestra nostalgia noventera –aún recuerdo
cómo me quedé mirando el Dragon Khan sin montarme por un vértigo de escándalo
pero prometiéndome que algún día volvería a sacarme la espinita- pero también
por las constantes actualizaciones del parque. En los últimos años han llegado
joyas como Uncharted, la favorita de muchos por su desplazamiento lateral y
velocidad a oscuras sólo interrumpida por imágenes que nos sumergen en el
universo del videojuego, o Hysteria in Boothill. Este último sólo de pago, un añadido que
trata de compensar la inversión con inmersión, un desplazamiento por entorno
físico real pero apoyado en realidad aumentada que nos hace creer que estamos
al aire libre frente a un fuego infernal y asediado por espíritus. Por vez
primera nos metimos de lleno en una experiencia que, sin querer destriparos
más, nos dio algún que otro susto y nos dejó un sabor de boca extraordinario.
Pero es que si decimos segunda juventud es porque quizá
estemos, con permiso del discurso viejuno de que antes todo era mejor, ante la
mejor etapa de PortAventura, toda una segunda juventud repleta de fortaleza y
bondades: la gastronomía de los hoteles sigue siendo extraordinaria por
variedad y cantidad, máxime con el turno abierto que están probando en las
cenas y que parece funcionar mucho mejor (así uno come sin límite de tiempo).
El catálogo de atracciones continúa llegando a todos los públicos –salvo los
muy bebés que, obviamente, no tienen un amplio abanico de opciones- y dejando
satisfechos a tantos perfiles como uno pueda imaginar: desde una obsesión por
la inclusividad asentada en la firme creencia de que todos pueden y merecen
disfrutar, con una accesibilidad sublime entre otros, hasta los que buscan
emociones fuertes o tranquilas y en familia. Sin olvidar la estupenda
recreación, con cada rincón vestido para la ocasión y contexto que representa,
y espectáculos suficientes como para pasar mediodía disfrutando de actuaciones
profesionales.
La cantidad de trabajadores y la atención de los mismos es
otro aspecto fuerte y destacable, garantizando asesoramiento en cada atracción,
una plausible limpieza en los parques y una ayuda al minuto en recepción y
cualquier trámite administrativo. Si hasta tienen múltiples puntos de carga
para que cargues tu vehículo al 100% mientras lo das todo en el Dragon Khan o
el Shambala que, aprovecho para insistir, es una de las atracciones más
divertidas de las que hemos cabalgado… y en nuestro haber ya está Universal y
Disneyworld Orlando.
Pero, cerramos como empezamos, quizá lo que abrocha y redondea la experiencia es lo que no se ve ni se toca, el compartir, el recordar, el “Made to Remember” o “la aventura de tu vida” o tantos otros eslóganes que no hacen sino enfatizar lo que sólo un parque como el nuestro de Atracciones o Port Aventura consiguen: incrustar en nuestra memoria, como experiencia vital o de referencia para evocarnos una etapa de nuestra vida, recuerdos a través de atracciones y ambientes.
Quizá para PortAventura World
cada usuario es un trocito de parque, pero lo que es seguro es que para
usuarios como nosotros y millones PortAventura es parte de nosotros. De nuestra
familia, de aquella novia, de aquellos compañeros y amigos de la tierna
infancia y adolescencia. Y eso es lo máximo a lo que debería aspirar cualquier
producto y servicio.
Más información en https://www.portaventuraworld.com/
Jesús Clemente Rubio