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Real Madrid 3 - Celta de Vigo 0: Cristiano Rey, Jesé Mago

Jesé revolucionó el juego del Madrid y habilitó a
Benzema para hacer el primer gol.

Retorno del Madrid a la competición tras el parón navideño en un partido en el que todos quisieron ejercer de Rey Mago, pero sólo dos lo consiguieron: Cristiano y Jesé. El canario, porque con su salida revolucionó el hasta entonces dominio sin definición del Madrid. El portugués, por hacer una vez más lo que mejor sabe, y por partida doble: marcar. El Celta, con el esquema táctico del esperar al hueco, casi saca oro de dos arremetidas que resolvió Diego López en un mano a mano con Rafinha y perdonó Charles en una mala salida del portero madridista.

Mientras, Álvarez Izquierdo ni dominaba el partido, ni mucho menos lo definía y, sin embargo, en demasiadas ocasiones asustaba cuando se llevaba el silbato a la boca. El colegiado estaba a lo suyo, a pitar faltas inexistentes, a dudar durante un tiempo que se hacía eterno el detener el juego, señalar posesión para uno u otro equipo o indicar falta, a convertirse en el protagonista de la primera parte debido a la falta de acierto del Real Madrid y la inactividad del Celta de Vigo.

El Madrid lo tenía todo hasta los últimos metros, donde parecía faltar un punto final de precisión en los pases y un poco más de picardía en los puntas, especialmente en Benzemá, que estaba donde hay que estar para empujarla… pero llegaba segundos después que el balón. No se engañen: faltaba Jesé. Aire puro exhalado de los pulmones más jóvenes del club merengue, con velocidad, pasión y fe no en lo que sería ideal conseguir, sino en lo que se puede lograr. Él hace, y es la afición quien sueña. El primer gol así lo manifiesta; recepción al borde del área chica donde, en lugar de recortar hacia dentro y buscar el disparo, lo hace hacia fuera, escorándose y de paso abriendo la defensa para que, al fin, Benzemá vea el camino antes que el balón y llegue a tiempo para empujar a las redes el pase de la muerte de Jesé. El “abrelatas” en realidad fue el canterano. A falta de Isco, que sigue sin encontrarse en su nueva posición (toma nota, Ancelotti), asumió los galones y en él uno de sus modelos, Cristiano, vio la réplica de velocidad que necesitaba, amén de la entrada de Bale que venía a completar un tridente lleno de potencia, verticalidad y peligro. Sería injusto olvidarse, claro, de quien estructuró y gestionó toda esa velocidad, potencia y posesión: Modric fue el auténtico cerebro de un Madrid en el que fallaban los hemisferios Xabi Alonso e Isco y no estaba el músculo de Kedhira; el croata, cual Cerbero, pensó y actuó por tres defendiendo y recuperando balones, resolviendo situaciones angostas en la posesión y repartiendo balones profundos y certeros.

Así nacieron los dos goles finales, por empuje, por entrega, y por una bestia portuguesa que más por pasiva que activa buscó el tanto hasta que la entrada de dos compañeros despertó al monstruo. Observen si no cómo el 2-0 y ya al filo del final del partido el 3-0 nacen del centro hacia una banda, balón al área y empuja Cristiano. Jugada de manual, pichichi de libro. Sobre el gesto de Di María sobran los comentarios, si bien toda palabra resulta escasa para disculpar tal comportamiento, algo que debería haber hecho el argentino de manera inmediata y posterior al partido. Quedémonos con que el santo y seña del Madrid es el contragolpe, tan bien ensayado (y poco fructífero) en este partido y que, con unos ajustes en los últimos metros, convertirá a Bale, Jesé, Cristiano y compañía en una maquinaria casi invencible.



Jesús Clemente Rubio