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Día del padre: La cantinela del padre

Siempre me gustó el día después. Porque los días que suceden las cosas el júbilo o el lamento lo empañan y emborronan todo, hasta tal punto de transmitir sensaciones equívocas acerca de lo que realmente dio de sí la jornada. Por ello, es mejor hablar hoy del Día del Padre, cuando no toca.
Es un clásico aquel plato, losa o lámina con el repaso de "las décadas del hombre" acompañadas de una inscripción acerca de tu progenitor. Ya sabéis, eso de "a los 10...mi padre lo sabe todo. A los 20... yo sé tanto como mi padre..." así hasta el sentencioso "a los 65, ¡
ojalá pudiera pedirle consejo a mi padre!".

Creo que hablo por todos cuando digo que al menos una vez en la vida, por un segundo, se te vienen lecciones de tu padre a la cabeza. El mío me enseñó que "en la vida hay dos asignaturas... estudiar y trabajar. Habrás de aprobar al menos una". Reía yo ante tan perseverante tabarra, tan alto que mis carcajadas la apagaron. Entonces pasó el tiempo y, en un momento del camino, me torcí. Como el adulto que recita aún hoy las provincias con la musiquilla escolar empleada en el aprendizaje (La Coruuuuña, Luuuugo, Oreeense y Ponteveeedra), vinieron a mi mente la enseñanza, la cantinela, las palabras, mi padre. Y remonté el vuelo, sin necesidad de que una lámina de tienda de souvenir o un blog me recordase el valor de las lecciones de mi tutor. Así que, como me consta que muchos hicisteis ayer, seré yo el que dedique tan humilde relato a dar las gracias al que siempre está aun sin estar ahí y, como El Cid, nos ayuda a ganar batallas incluso después de haberse ido, gracias a sus enseñanzas. El mío aun vive y colea, y lo hará incluso cuando yo tenga 100 ó 200 años, pero creí más conveniente hacerle saber ahora lo mucho que le quiero. Los que por desgracia ya no podáis pedirle consejo, tened siempre presente la cantinela y, como ella, vuestro padre perdurará eternamente.

Jesús Clemente Rubio